domingo, 12 de julio de 2009

Cartas del Perú

Hace unos años estuve en pareja con una mujer nieta de italianos; como muchas familias porteñas, la suya mantenía la costumbre de juntarse a almorzar pasta todos los domingos en la antigua casona de Chacarita donde vivían los padres de mi mujer. El padre, un gigante bonachón que te partía los lomos con sus palmadas, era herrero; todos los domingos dejaba la fragua y amasaba pastas caseras para quince personas. Hay que destacar que cocinaba como los dioses, y a mí me gustaba comparar el almuerzo, con un hipotético domingo en lo de Vulcano -Vulcano en pantuflas, diría Leopoldo Marechal-, Baco cayendo con un vino, Ceres aportando un tiramisú, Venus histeriqueándole a los cuñados, etc.
Además de tíos, primos, sobrinos, novios y maridos, solían ser invitados amigos de la familia. Una amiga de mis suegros, una endocrinóloga cincuentona y separada que desde el primer momento me dio imagen de depresiva, un día, entre los agnolotti y el estofado de chingolo, narró lo que ahora yo reproduzco.
Estela -llamémosle así- tenía un hermano un poco mayor, un solterón que vivía con ella y sus hijos; en una ocasión me habían invitado a su casa al festejo de la comunión de uno de los chicos; en un cuarto, apartado de la fiesta, vi a un hombre del que sólo recuerdo un aura anómala, una emanación enfermiza como si las personas con desórdenes mentales emitieran un olor sutil y repugnante. Llegué a tener el vago pensamiento de que no era conveniente que ese hombre conviviera con niños. Jamás volvi a verlo, y no volví a pensar en él hasta que Estela comenzó a contar la anécdota que lo involucra.
Pedro -llamemos así al hermano en cuestión- hizo un viaje a Perú cuando tenía veinte años. Como muchos jóvenes de clase media, aprovechó el lapso entre el fin del secundario y el comienzo de la facultad para jugar al mochilero, en una época donde era mucho menos común que ahora colgarse los bártulos y encarar la accidentada ruta hasta Machu Picchu. Los familiares, desde Buenos Aires, recibían esporádicamente noticias del joven Pedro; las comunicaciones en sudamérica, en la década del sesenta, eran bastante rudimentarias y muy costosas; una llamada telefónica desde las fragosas y despobladas zonas rurales peruanas era casi impensable.
El viaje, con imprevistos y todo, iba a durar dos o tres semanas; cuando pasó más de un mes en el que el viajero dio escasas señales de vida -algún telegrama donde anunciaba que estaba bien y que iba a demorarse un poco- la familia comenzó a desesperarse. A través de la embajada y de los datos de los telegramas dieron con Pedro y casi sin preguntar lo conminaron a regresar. Le enviaron el pasaje en avión con fecha inamovible. La madre intuía algo que se confirmó al regreso de Pedro: se había enamorado de una morena peruana y, pegoteado por las mieles del flechazo, había olvidado los calendarios.
Pedro ya en Buenos Aires, la relación continuó por vía epistolar. Hay enamorados que jamás se conocen personalmente, pero se me hace que debe ser mucho más frustrante conversar sólo por carta con el ser amado cuando ya se ha concretado la acción carnal: en el primer caso la fantasía se nutre de casi infinitas posibilidades; en el de este relato, el deseo de Pedro debe haberlo torturado con el recuerdo de besos y caricias concretos, repetidos como si fuesen los elementos del canon de una pesadilla recurrente. En las cartas ensayaban futuros donde, lograda alguna independencia económica, volverían a encontrarse en un impreciso lugar donde ni la distancia ni las obligaciones impidieran su amor.
Lo que ocurrió fue que luego de algunas cartas intercambiadas, las de la peruana -llamémosla María- dejaron de llegar. Fue como si dejara de existir. De hecho, como la única manifestación de su existencia eran sus cartas, su desaparición fue literal y completa. Pedro, desgarrado, envió quizás media docena más de cartas, pero finalmente la ausencia de respuesta, su juventud y la mala memoria fueron desdibujando su pasión hasta convertirla en algo cada vez más lejano y tolerable. A pesar de ello, en algún lugar de su alma quedaron las huellas de ese mal de amores; lo vi en aquél momento empático que tuve con él, cuando intuí en su interior un abismo de oscuridad.
Los años se hicieron décadas; llegamos al año cero; a todos les pasó de todo y a la vez fue como si nada hubiera pasado. Pedro nunca se casó y terminó abonado en la casa de la hermana; Estela, que había formado una familia, vivió el fracaso de su matrimonio en forma bastante traumática -marido adúltero- y se acercó más a Pedro, hermanos al fin también en la pérdida. La madre de ambos, que hacía años vegetaba sin salir de su habitación, acabó muriendo de quién sabe cuántas dolencias, aunque se dijo para simplificar que murió de vejez. Hechos los trámites de rigor -velorio, entierro, misas por su alma inmortal- siguó la general tiradera que suele clausurar la vida de los viejos. Imagino ese momento: cada documento, cada adornito, cada foto, se convierte en la cuenta de un rosario que se hace largo, poblado de recuerdos que, como un oxímoron, regresan para decir que ya nunca volverán. Llegado el momento del enorme ropero, de esos que ya no se hacen más, hubo que forzar la cerradura, ya que nadie recordaba la última vez que había visto la llavecita.
Entre ropas rancias, valijas viejas, papeles y recortes, en el fondo del ropero había un paquete de cartas de María. Leyéndolas en orden podía seguirse la cadena de sentimientos de la chica, primero desconcertada por los reproches de Pedro, que le recriminaa la ausencia de respuesta a sus cartas; más tarde, cuando él dejó de escribir, ella, que seguía enamorada, se lamentaba por lo poco que había durado el amor eterno de su amante argentino; en las últimas cartas, la amargura ya no reclamaba nada, simplemente manifestaba el dolor con un cansancio infinito.
La señora de la casa, la mujer que había obligado a su benjamín a volver corriendo del Perú para salvarlo de la negra que quería quitárselo, se había asegurado la fidelidad de Pedro interceptando las cartas de María; durante un año ella había seguido intentando el contacto, y hacia el final, al menos un poco de entendimiento. Todo había quedado arrumbado en un viejo ropero color caoba, de esos que ya no se hacen, y sólo la muerte de esa férrea voluntad posesiva había logrado romper el secreto. Vaya uno a saber qué fuerza impulsó a la madre a cometer semejante crimen, y qué rebuscadas razones la llevaron a conservar las cartas en lugar de destruirlas. Podría decirse que en algún rincón de su alma la anciana sentía la negatividad de su acto y, quizás sin jamás racionalizarlo, vislumbraba que la destrucción de las cartas era ya demasiado.
Creo que la madre guardó las cartas para gritar un triunfo aún después de su muerte; imaginó sin llegar a racionalizarlo, la lección que le daría a su hijo, conciente al fin de que aquél amor no había sido posible porque ella no había querido. El odio que se recibe de la gente pequeñita a la que uno debe dirigir, tal vez pensó, es un mal menor; era más importante que supieran que la libertad no era merecida por ellos, ni la podrían manejar. Era bueno que supieran, aún tardíamente y con dolor, quién cortaba el bacalao.
Luego de la desazón natural, Pedro comenzó una búsqueda desenfrenada de María, ayudado por las ventajas de la modernidad y la contratación de un detective en Perú. A la semana tenía una dirección y un número de teléfono. Imagino que le habrá temblado la mano y la voz cuando marcó la larga lista de números y le preguntó a mujer que atendió del otro lado: “¿María?” Sólo un nombre, una sola palabra dicha con una voz deformada por las emociones; treinta años de distancia en el tiempo; miles de kilómetros en el espacio. Pero ella, sin interrogar, también con una voz que parecía de otro, contestó: “¡Pedro!”.
Ella lo había reconocido. Se había casado, había tenido dos hijos, había enviudado; lo había reconocido y -lo fue descubriendo mientras hablaban- aún lo amaba. Hablaron mucho por teléfono; a la semana él viajó a Perú y se encontraron, después de todo. Al tiempo vinieron juntos a radicarse en Buenos Aires. Ella efectivamente era una india, como sospechaba la vieja bruja; había sido hermosa y conservaba todavía el cabello azabache y una buena figura. Se quedó a vivir con Pedro -alquilaron un departamento para ambos- y creo que, mal que mal, son felices.

domingo, 24 de mayo de 2009

Amor enfermo.

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Por qué la policía se enamora del ladrón? ¿Por qué la nena bien pierde la cabeza por ése que no hace más vagar todo el día? ¿Por qué la madre abnegada, sobreprotectora, cría hijos y marido incluido? ¿Por qué al chico estudioso, responsable y trabajador siempre le toca una loca?

Respuesta: porque los opuestos se atraen para padecerse.

En términos psicológicos hablamos de un vínculo sostenido por la proyección que provoca el otro con la parte que no soy.
En términos sociológicos se trata de una relación perversa que refleja los más oscuros e intrincados vínculos de los que es capaz cada sociedad visto en perspectiva diacrónica.
En términos económicos, la carencia aparece como punto de equilibrio entre la oferta propia y la demanda ajena.
En términos lingüísticos la palabra es la materia prima para la construcción de la máscara puesta en juego en el discurso.
En términos comunicacionales lo no dicho revela la esencia de la ligazón al otro, lo pone en evidencia.
En términos histórico-marxistas, la sobredeterminación social capital-trabajo, está fundada y sostenida por una contradicción, la de opuestos indivisibles.

En términos personales, es una cagada que no pueda sacarte de mi cabeza.

domingo, 5 de octubre de 2008

Viaje al interior del ojo...

Viaje al interior del ojo, túneles de carne, de a poco, introduciéndose en lentas porciones, comiéndonos los cuerpos para saciar hambre de siglos, veo la unión entre todas las cosas, pero no puedo ver la red invisible, me toco la panza, un hueco, parir un guachito en medio de la selva, porque él es selva, es río, árboles, tierra, intuyo a mis hijos en una gota de agua, en las estrellas parpadeantes, amanece, lejos. Duerme, duerme, y yo miro todas sus fotos.
Luego de algunos problemas de aterrizaje volvemos al suelo sin más daños que unos cuantos moretones y rasguños. Arañas en las manos y las miro pero no están, y lo sé antes de mirar. Duerme, duerme, la planta nos ha dado lo mejor de sí y ahora transpira en su jaula de cristal.
Afuera los murciélagos chillan, impacientes, él en sus fotos sosteniendo una boa, hermoso mío, solo en su casa sin muebles, es bueno, pero su cara muta y da miedo. De repente lo veo todo tan claro, lo único que hacemos es movernos entre dolor y no-dolor, sólo hay algo certero: el sufrimiento.

Con el floripondio la boca se seca como si estuviera llena de pegamento, aunque se tome agua, el alivio es mínimo, la garganta se cierra. Intentamos comer un sánguche sentados en una esquina pero fue imposible tragarlo. Sentíamos muchísimo sueño, cansancio en los músculos. Dormimos toda la noche desnudos, abrazados. Nos despertamos por la luz, estaba lloviznando.
Cuando él entró a ducharse, yo me senté en el balcón, escuchando los autos a lo lejos. Tuve la seguridad de que así sería la vida con él: en calma, con el sol quemándonos la cara y el amor cubriéndolo todo con un fino baño de ámbar.
Mi duda fue si sería una vida real o sólo un flashback de las drogas. Son un atajo, un atajo a un lugar copado. El efecto dura muy poco, pero mientras ocurre sos feliz. Después, explotás como una burbuja en el aire.


lunes, 29 de septiembre de 2008

Amor gordo


Ella almuerza con su novio, es gorda. Mastica con la boca abierta, gesticula mucho y no se saca los anteojos de sol a pesar de que estamos adentro del local. La gente que usa anteojos de sol en un interior o de noche es imbécil o se cree más importante de lo que es o ambas cosas a la vez.

El novio de la gorda está como distraído, no habla ni la cuarta parte de lo que habla ella; mira para los costados, por la ventana, mira las paredes del lugar, la escucha sin mucho interés. También tiene anteojos pero por ser corto de vista; es gordito pero parece menos ordinario que ella.

Pido un flan con dulce de leche, porque quiero, porque me gusta.

Los gordos, sentados uno frente al otro, se toman de la mano por encima de la mesa. Ella habla, él escucha distraídamente y mueve un pie, nervioso, seguramente fastidiado de la charla. La gorda tiene en su muñeca un reloj armatoste, un accesorio a la altura de ordinariez. Le pidieron rabas fritas al mozo, toman Sprite de litro y medio.

No encontré mi DNI antes de salir. Ayer me di cuenta de que me faltaba, cuando tanteé mi bolsillo al ver un patrullero. No sé dónde quedó. Decidí salir igualmente a la calle, estaba harto de estar encerrado en mi casa pensando en ella. No tengo ganas de buscarlo y mucho menos de pensar que lo perdí y que tendré que volver a hacer el trámite para sacar un duplicado.

La gorda come las rabas y ahora papas fritas con la boca abierta. A veces mastica con la boca cerrada y otras no, alterna entre lo asqueroso y lo aceptable.

Tiene labios carnosos y una boca generosa. Debe chuparla muy bien. Por eso su novio gordo le tolera tanta charla plagada de trivialidades y desagrado visual. Por eso no le pide que se saque los anteojos de sol. No le importa nada con tal de que ella más tarde se la chupe.

Fumar es una mierda pero igual a veces lo hago. Ya no sé si lo elijo o si tengo la necesidad. Un cigarrillo por día como máximo; más ya me da asco, me deja un sabor tóxico en la boca y olor a humo en la ropa. ¿Me habrá dejado ella por eso?

La gorda habla y habla, come y habla. El gordo sólo come, lentamente y de a bocados más chicos. La escucha pero seguramente piensa en la próxima vez que ella se la vaya a chupar.

Uno es lo que consigue, sean logros materiales, intelectuales o afectivos. Uno es el resultado de lo que hace, si llegué a este punto es porque yo me lo busqué.

La gorda menciona Necochea, San Bernardo, balnearios ordinarios que pertenecen a esta clase de gente, lugares feos adonde ellos se sienten a gusto, donde pueden reproducir la fealdad local fuera de sus casas, y compartirla con otros de su especie.

En inglés, a la morcilla se la llama “blood sausage”, lo que aumenta el rechazo que ya de por sí me genera su sabor. No puedo creer que cuando era chico disfrutara de comer morcilla. Pensar que es la sangre del animal, ya no la carne sino el mismísimo líquido viscoso que derrama cuando lo matan. ¿A qué cerebro inferior se le ocurrió que podía hacerse un alimento con ese residuo? Los dos gordos comen morcilla. Quizás en el fondo estén enamorados o algo así. Las relaciones son tan complejas.

Llega la cuenta. Se olvidaron cobrarme el recargo por el dulce de leche del flan. No les aviso. Me levanto y salgo del lugar. Los miro a ellos, dulces y gordos, hacen tan linda pareja.

sábado, 30 de agosto de 2008

El lenguaje del amor.

Resulta que vuelvo al ruedo después de una considerable cantidad de tiempo, después de años, en que mi única preocupación era estar siempre perfumada y depilada. Y claro, ya nada es lo que era. Me instruyo en las nuevas y cortas formas del amor. Así que para ser más precisos, colectivos y comunitarios, nada mejor que llamar a las cosas por su nombre. He aquí un breve diccionario.

candidato: se da este nombre, generalmente el sexo femenino suele etiquetarlo de esta manera, al espécimen que cubre amplia cantidad de requisitos más que favorables.

ex: persona a la que se suele volver regularmente después de terminada la relación y/o inclusive cuando alguno de los dos miembros da la pareja consigue otro/a.

ficha: dícese de otro que no es muy interesante ni relevante, pero que llegado el caso funciona como back up.

garche: utilidad exclusiva del otro a cambio de sexo, a veces incluye dormir juntos, a veces ni siquiera eso.

muerto: persona a la que se recurre una y otra vez aún teniendo la completa certeza de que no va para ningún lado y que ningún intento podría funcionar.

picar: término con el que se denomina a la víctima que acaba de caer en las redes de alguna perversa estrategia amorosa.

polvo: aquello que une a dos desconocidos una noche cualquiera, puede ser: bueno, regular o malo, según la característica del mismo depende que se repita, que tenga frecuencia y que luego se convierta en un vínculo más estrecho, o tan sólo uno, un único encuentro.

Se me ocurren también, como para enriquecer el asunto, frases célebres pero creo que eso amerita otro apartado.
Una última observación, nadie nunca jamás habla de amor. Lo máximo es querer mucho al otro. No creo que sea por falta de diccionario. ¿Será que las palabras sólo denominan aquello que esta? ¿Qué es lo primero, la palabra o la cosa? La palabra designa la cosa, pero si no hay tal cosa, ¿cómo puedo llamarte amor?

por: Marina Navarro

viernes, 11 de abril de 2008

Filosofía

por Tito A.

Si es filósofo aquel que ama a Sofía
Yo lo soy con el alma y con los huesos;
Mas me impide mostrárselo con besos
La voluble Fortuna en su porfía:

Pues casi no acertó a pasar un día
De aquel que de su rayo caí preso,
Que estaba ya anhelando su regreso
De su tierra de eterno mediodía.

Mi amor se ha proyectado a los caminos
Corriendo enloquecido por el suelo
La sombra venerada de su vuelo;

La selva de puntillas hacia el cielo
-De mi anhelo instrumento repentino-
Se empina y rasga el aire cristalino.


domingo, 30 de marzo de 2008

Una vez más

por Lore

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LA ORACIÓN

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Ayer. Dos noticias y el silencio de la catástrofe.
Y otra vez te busco para escucharte, porque si rompo el silencio, entonces no es una catástrofe. No debería pedir perdón por esto, te busco porque cuando hablo con vos hablo uno en uno... directo desde Macao, sin impostar nada, sin actuar ningún gesto, sin editar mis palabras. En la catástrofe el silencio, dice mi amigo Riux, porque no hay espacio para la retórica... no hay espacio para eso que creo hacer tan bien, pero que ella siempre aniquila en un sólo acto.

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Ayer otra vez. Vi a una amiga llorando como nunca lo hace, porque ella también es buena con la retórica.... estaba desolada. Vi a mi hermana acompañando al hombre que ama a una cirugía difícil y a esos tratamientos inhumanos. Vi a mi mamá haciendo lo mismo con el hombre que amaba. Te vi a vos, encerrado en esa habitación hecha de latidos, soñando en vigilia los sonidos de Victoria.... y me vi a mí, con un gesto blanco, como una efigie hecha de apatía vencida por el sinsentido...

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Ayer otra vez. No podía llorar, ni ayudarlos, ni consolarlos, ni amarlos... porque la apatía estaba ahí devorándolo todo. Mi retórica es poderosa, y le gano a la Cultura, a veces tan fácil, que me dan ganas de reír como un marchand cínico. Le gano ahí donde casi no le gana nadie: me río en la cara de los celos, me río en la cara de las pulsiones posesivas, como un cínico que se cree más allá del bien y del mal. Ahí gano con soltura, después de un combate, eso sí, pero de un combate fácil con final escrito en piedra.

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Pero la apatía me gana siempre, porque desde que recuerdo, no puedo poner la entropía entre paréntesis... Es una falla neurológica muy estudiada, un desequilibrio de la noradrenalina y la serotonina, los neurotrasmisores que se encargan de hacernos sentir que la vida tiene sentido... ¡qué tonto que suena dicho así!....Los psicofármacos equilibran ese desequilibrio, pero como lo hacen reduciendo la existencia a su momento físico-químico, te dejan como un zombi que no piensa nunca en la muerte, porque como ya está muerto... y no quiero eso para mi nunca más.

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Por eso en estos días recordé tanto mi infancia, porque vivía inventando cosas, ensayando recursos para poner esos pensamientos entre paréntesis. Y recordé que cuando estoy con vos, me olvido de esos pensamientos porque los paréntesis surgen en cualquiera de nuestras charlas: en las banales, en las que no tienen curso aparente, en las fragmentadas, en todas... Por eso mientras veía las fotos de la mirada saturnina, hablaba con vos.

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LA EXÉGESIS

Pensaba mientras escribía La Oración, que estas palabras no pueden despertar a Rodia. Yo se bien que despierta a Rodia... es que siempre te piden, piden tu presencia, piden tu deseo, y cuando lo obtienen quieren más, y eso que diste ya no alcanza y usan tus propias palabras para argumentar un reclamo infinito, y vos das un poco más, pero después piden más, por acción u omisión, siempre piden más....

Sé que no despierto a Rodia, porque mis palabras no se dirigen al futuro (esa dimensión que no puedo pensar con forma diferente al vacío). Mis palabras se dirigen a un tiempo mítico porque el Cosmos de Macao es arcaico. Mis palabras no son la carta en la botella que pide al Isolation Child su regreso a estas costas. Mis palabras son las que se pronuncian en un templo. Macao es politeista y tiene varios templos, y varios dioses, no muchos, pero más de uno. Esas palabras son la oración que pronuncio en tu templo.

Voy al templo, miro tu imagen, le hablo y quizás le pido algo con una oración o un ritual... soy arcaica... creo en los íconos sagrados... no son lo que nombran pero evocan lo que nombran... evocan algo que no está presente en este espacio euclidiano en el que estamos atrapados en el aquí y ahora...

También conservo reliquias, como los objetos del Isolation Child que quedaron luego de su paso por Macao. Son los objetos numinosos que dan sentido al templo entero, como si fueran las astillas del madero de la cruz...

Por todo esto se que no molesto ni despierto a Rodia. Rodia despierta cuando le dicen: "estás en deuda Rodia.. me debés... me debés mucho más de lo que estás dando..." Rodia, el pobre Rodia, despierta ahí. En Macao estas palabras no tienen lugar, porque es demasiado arcaico para comprender la lógica mercantilista. Macao nada entiende de hojas de balances, de planillas con debe y haber...

Cuando Macao ama construye templos. Cuando lo que ama se aleja de sus costas, no intenta amarrarlo, ni arroja al mar cartas en botellas. Cuando queremos estar con nuestros dioses, entramos al templo y rezamos frente a sus imágenes, o los invocamos con un ritual donde bebemos y bailamos para recordar algún momento mítico...

Estas palabras son las que estoy diciendo hoy en tu templo con forma de laberinto, mientras miro la imagen que está en el centro, donde estás liberando al ánima del que emerge un mundo hecho de sonidos...

Estas palabras no son amarras, ni botellas con mensajes de auxilio. Estás palabras son el credo que se pronuncia en un templo para estar con los que no están aquí, son las palabras que rompen la lógica del espacio euclidiano.

Y si los dioses nos visitan, y si retornan: los homenajeamos, celebramos, y somos felices... Y si se quedan en su mundo, en ese allí fuera de aquí: los homenajeamos, celebramos, y somos felices.... porque los amamos... porque son el elan vital de esta tierra y de sus costas...

domingo, 10 de febrero de 2008

Se acabó el amor


A veces cuando las cosas son tan claras, sobran las palabras.
Película memorable: "Closer", se nota que es una obra de teatro llevada al cine y el texto es por momentos sublime.

Casi sobre el final, cuando la suerte parece estar más que echada y resuelta. Natalie Portman y Jude Law en la habitación de un hotel. Los dos tirados en la cama. Ella, la completa felicidad, hablan, él le dice que la corresponde, que parece que quisiera decírselo con todo el cuerpo, pero no, algo no anda bien. Se levanta, va hacia la ventana, abre las cortinas de par en par, se queda un rato y sale de la habitación. Mientras estaba en la habitación, ¿pensaba en ella?, ¿pensaba en él y su destino?, ¿es éste el destino que elige para él? No está seguro de nada, camina con su piloto por el pasillo, va a tomar el ascensor, se mira en el espejo, se reconoce, se repudia con la mirada, ¿se odiará por lo que le está haciendo?, ¿tanto miedo tiene a quedarse solo?, ¿y quedarse sin ella no es también quedarse solo? Se cierra la puerta del ascensor. Vuelve, como llamado. Abre la puerta, se acerca a la cama y le extiende de su mano una rosa a ella, que no es ella, sino más bien otra. Y ella que sabe muy bien que no es ella, porque se da cuenta en ese preciso instante y nada más a tiempo ni nada más justo que la verdad. Entonces ella, que ahora esta plenamente segura que no es ella, le dice:

Natalie Portman: - I don't love you any more.
Jude Law: - Since when?
NP: - Now, just now.
NP: - I don't want to lie. Here is the truth, it's over.
JL: - It doesn't matter. I love you. Nothing matters.
NP: - Too late.
NP: - I don't love you any more. Good bye. Here is the truth, so now you can hate me.


A veces me gustaría quedarme sin palabras, darme cuenta y quedarme sin palabras para explicártelo, para decírtelo y guardármelo, atesorar el momento, ponerme en marcha y seguir caminando.

domingo, 3 de febrero de 2008

Dadme! Oh, cavilante malevo,

por Valeria Tentoni

Dadme! Oh, cavilante malevo,
Tus salivales impúdicos,
Tus gestos sonoros y turbulentos.

¡Tu dentadura de hielo,
Tus susurros belísonos,
Tu mano exploradora!

Tu cuerpo extraño en este cuerpo,
Dadme el placer de tu dulce placebo.
Convídame acaso un trozo de tu eternidad,
Un simple relato añejo,
De cómo por entonces solías amar a otras.


¡Haz gemir a todos mis nervios!
¡Despójame de inciensos y perfumes,
Imprégnalo todo de sudor de tiento!

Hazme cruza de anacrónicas sirenas,
Con sedientas burbujas de mar.
Corrompe mi materialidad humana;
¡Hazme líquida!


Aduéñate de mis piernas,
Desármalas en colorido abanico,
Juega con ellas y sus articulaciones
Mientras el silencio se oscurece en un alarido.

Detente a mitad de camino
Y regocíjate en mi deseo:
Yo te doy permiso.


Reanuda los lazos,
Desparramando mis cabellos en tus sábanas de rocío.
Haz que el fuego desdibuje mi pubis caoba.
Que la velocidad arrase con los pudores.
¡Hazme viento!


Dadme la tibieza de ese roce intermitente
Arañando las entrañas desde la piel tus uñas.
Describe el camino a mi exilio
Con todas tus humedades.


Luego, tan sólo no me abandones.
Hazme niña, y acúname en tu hombría.
Aguarda a mi sueño como se espera al alba,
Con los ojos abiertos.
Mañana ya podrás devolverme al camino.


Todo esto,
Hombrecito,
No te lo ruego.
Tan sólo te lo ordeno.

domingo, 27 de enero de 2008

Reiteraciones trágicas acerca del amor

por Paula Oyarzábal


Eran las tres de la mañana, no podía dormir, daba vueltas en la cama como si una palabra, una pregunta, un razonamiento inconcluso tampoco pudiera dormir. Me desperté y preparé café, me senté frente a la ventana para mirar el río. Había hablado de amor toda la tarde. La conversación oscilaba cruda por la habitación, el amor y yo, y los dos sin ninguna palabra. Caímos en huecos de un pasado lleno de luces esplendentes, cegadoras y también caíamos en mortales comentarios inicuos. Infatigables las palabras aturdían. Las posiciones fetales de nuestros cuerpos y algunas lágrimas tibias y desbordadas, narraban parte del drama. Me quedé sumida en el recuerdo de la película que para esta tarde, ya había pasado más de un año en que había sido, la primera vez, en que supe cómo rodaba una lágrima. Una sola lágrima por la mejilla del amor. La balada de Jack y Rose – de Rebbeca Miller- En donde para Rose hay un solo hombre en su vida. Con él pasa los mejores momentos de su existencia. Con él hace sus sueños, teje proyectos, ignorando por completo (y no porque se lo hayan ocultado) que ese hombre, que le enseño a vivir suelta en la naturaleza, finalmente, era su padre. Ella vive y habita junto a él. Al parecer es condición de la mujer hallar un padre amoroso, que sepa proteger, amar y desvirgar el registro de nuestro cuerpo. Un padre histórico, que cumpla con las funciones amorosas, vive indudablemente en toda mujer y en algún momento de su existencia, esa afanosa admiración hacia los poderes masculinos, revelados en la mano y en la voz de "papá"; preexiste a esa penuria de amor y de tragedia. El deseo de franquear la barrera de la paternidad, para acunar los sueños carnales, en esa piel que promete certezas de amor eterno. El amor de un padre, son como cosquillas en el vientre de un niño. Un juego de Lolita, una Lolita que a través de su padre haría - en algún caso- más dichosa y poética su existencia. "Si te morís, yo me muero", dice Rose. "Si te morís, no habrá sentido en mi vida", responde Jack. Y así estába nuestra lucha de amor y amor. Madres y padres corrían en algún incómodo lugar, en nuestros pensamientos. Nos pasamos toda la tarde, buscándola - a la vida-, a través de algún sentido. Caminamos inconcientes en nuestros pasados, fantasmas desnudos, como nosotros, caían y se metían en nuestros cuerpos. Habíamos oscurecido y envejecido pavorosamente. Para cuando quise darme cuenta, ya comenzaba el amanecer a despertar y pronto otra vez la tarde se haría allí. E imagine que era la hora entre la mañana y la tarde, en que Rose -princesita de hippie- saldría a cultivar flores en su jardín. En ese jardín ocupa su tiempo y comulga con sus deseos de niña. El jardín de Rose, de flores alegres e inteligencia exquisita, me extravió esa mañana en el fondo del mar. Allí dónde habita la Vallisnería, que según se describe en el libro - La inteligencia de las flores- de Maurice Maeterlinck- es una hierba bastante insignificante, que no tiene nada de gracia y toda su existencia transcurre en el fondo del agua. En una especie de semisueño, hasta la hora nupcial en la que aspira a una vida nueva. Entonces la flor hembra, desarrolla lentamente un espiral, sube y emerge, para dominar y se abre en la superficie de su estanque. Y de un tronco vecino, las flores masculinas que la vislumbran a través del agua iluminada por el sol, se elevan a su vez, llenas de esperanza, hacia la que se balancea, la espera y la llama a un mundo mágico. Pero a medio camino se sienten bruscamente retenidas; por su tallo, manantial de su vida, es demasiado corto; no alcanzarán jamás, la mansión de la luz. La única en que pueda realizarse la unión de los estambres y el pistilo.
Nuestro propio drama en esta tierra es el amor de un hombre o de un padre, el amor de un poeta o un loco, - el amor - puede ser de mil maneras pero siempre, para que el amor se cumpla, debe ser de tallo corto, de alcance fugaz o transitorio, saber de ante mano, que estamos frente a un amor -imposible de felicidad plena-, un amor al que le sobran razones para no hacerse realidad, salvo, bajo el cincha de la orfandad.